La santa Inquisición
Cuando los Reyes Católicos accedieron al trono se encontraron con tres grupos religiosos diferentes -judíos, musulmanes y cristianos- regidos por sus propias leyes, con sus propias instituciones y que pagaban impuestos diferentes. Sin embargo, todos ellos eran súbditos de los soberanos y, por lo tanto, tenían derecho de protección. Este derecho quedó claramente recogido en la declaración de la reina Isabel, cuando declaró: “Todos los judíos de mis reinos son míos y están bajo mi amparo y protección y a mí me pertenece de defenderlos y amparar y mantener en justicia”. Pero, cuando, entre 1477 y 1478, viajaron a Extremadura y Andalucía, se encontraron con que muchos conversos judaizaban abiertamente y que, además, trataban de justificar su conducta. A petición real, el arzobispo de Sevilla y el clero emprendieron una intensa labor de evangelización para convencer a los conversos de que renunciasen a los ritos judaicos, la cual no tuvo efecto.
En consecuencia, Isabel y Fernando iniciaron gestiones en Roma que culminaron con la bula Exigit sincerae devotionis que el papa Sixto IV firmó el 1º de noviembre de 1478, y que significaba la creación del Santo Oficio de la Inquisición. Sin embargo, no hicieron uso inmediatamente de la bula y desde el año 1478 hasta 1480, llevaron a cabo una campaña de predicaciones tratando de aleccionar a los conversos pero que no obtuvo los resultados esperados. En consecuencia, el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo, los reyes procedieron a nombrar a los dominicos Juan de San Martín y Miguel Morillo inquisidores para la diócesis de Sevilla, donde el Tribunal actuó, exclusivamente, hasta 1482. En los años posteriores se produjo una intensa proliferación de tribunales por todo el reino a excepción de Navarra y Galicia.
La primera referencia al Tribunal de la Inquisición de Galicia, también conocido como el Tribunal de Santiago, data de 1520. En esta fecha fue nombrado inquisidor en el reino de Galicia el licenciado Maldonado y, cinco meses más tarde, el maestro Arteaga. La misión de ambos inquisidores no fue constante ni continuada y ejercieron de modo ambulante y tan sólo ocasionalmente. Esta situación provocó que en el año 1532 el Tribunal de Galicia pasara a depender del tribunal conocido como El Santísimo Oficio de Castilla la Vieja y del reino de León.
Hacia los años 1559-60 Galicia experimentó las reformas que el inquisidor Valdés impuso a toda la Inquisición peninsular. Desde entonces, los inquisidores vallisoletanos hicieron visitas extraordinarias a la región galaica. De las realizadas por el Dr. Quijano y Diego González salieron dos informes. En el primero, el Dr. Quijano puso de manifiesto que debido a la extensión geográfica de la que se ocupaba el tribunal de Valladolid, su actividad llegaba a Galicia muy disminuida y era prácticamente inexistente, lo que permitía la huída de los reos: que por haber tanta distancia de Valladolid a Galicia se ha dado lugar a que los herejes, cómplices de otros que ven prender por acá, huyan y se absenten antes que los ministros desta Inquisición puedan llegar allá por mucha diligencia que pongan. Como ejemplo el propio inquisidor cita que la detención del boticario de Tui (Pontevedra) provocó la huída a Francia de su madre, Isabel, del médico de Tui y de otra mujer vecina de Vigo.
Por su parte, Diego González expuso que el Tribunal debía volver a tierras gallegas por el daño que se recibe de Portugal porque cuando sus inquisidores proceden contra alguno se pasan a Galicia y se mudan los nombres, y así en el reino de Galicia hay muchos portugueses los cuales se casan en la tierra y se avecindan. … En la documentación gallega se puede comprobar la veracidad de las afirmaciones de Diego González, cuando se cita, por ejemplo a Mayor Rodríguez cristiana nueba natural del Reyno de Portugal, o a Beatriz de Fonseca viuda de Juan de Lisboa, xristianos nuevos descendientes de judíos oriundos de Portugal, vecina de San Esteban de Valdeorras (Ourense). Asimismo, se tiene constancia del matrimonio de algunos de estos portugueses con gallegos convirtiéndose, en consecuencia, en vecinos de lugar donde residían. Tal es el caso de Isabel Tomas, natural de Puente de Limia (Portugal), casada con Jeronimo Coronel, platero, vecino de Salvatierra (Pontevedra); de María Mendez, mujer de Enrrique Goncalez platero, natural de la villa de Chaves (Portugal) vecina de Verín (Ourense); o de Pedro Fernández, el viejo, originario de Portugal y casado con Ginebra Vázquez, vecina de Ribadavia (Ourense). El hijo de ambos, Pedro Fernández, el mozo fue considerado natural de Ribadavia, olvidando el lugar de procedencia del padre.
Cuando los inquisidores comenzaban a operar en un distrito, presentaban en primer lugar sus credenciales a la iglesia local y a las autoridades seglares, y lo hacían saber a la población el domingo o día festivo, en la misa. En los primeros tiempos se daba un período de treinta o cuarenta días para que todos aquellos que se consideraban herejes se denunciaran a sí mismos o a los que le habían incitado a ello. Si lo hacían quedaban libres de la pena de muerte, de la prisión perpetua o de la confiscación de bienes y solamente entregaban una cierta cantidad de dinero. Pero a partir del siglo XVI se promulgaron “edictos de fe”, que invitaban a la denuncia de aquellos que eran culpables de los delitos que aparecían en una detallada lista de ofensas.
Se consideraron indicios de judaísmo prácticas típicamente religiosas -la observancia de los ayunos, del sábado, o decir los Salmos de David sin añadir al final Gloria Patri- y también culturales, como por ejemplo las costumbres alimenticias. Algunos de estos indicios han quedado reflejados en la documentación inquisitorial de Ribadavia (Ourense). Así, por ejemplo, son varios los procesados que aseguraron que habían ayunado algunas veces un día que caía en el mes de septiembre, o que habían hecho un ayuno que cae por las vendimias.
Igualmente, la confesión de haber respetado el sábado es casi común en todos los procesados y se recoge bajo formas, más o menos, detalladas. Fernando Álvarez declaró que había guardado ordinariamente los sábados, no trabajando en ellos y que se vestía con los mejores vestidos que tenía, por reverencia y solemnidad de la fiesta del sábado, o Catalina de León que como había vivido en la ley de Moisés había encendido los candiles los viernes en la noche.
De decir los Salmos de David sin Gloria Patri se inculparon Manuel Gómez y Simón Pereira quien confiesa, además, que rezaba oraciones de la ley de Moisés, particularmente la oración que llaman del semag, y otra que llaman amida, y que rezaba algunos salmos de David sin Gloria Patri. Entre las referencias a las costumbres alimenticias se recogen declaraciones tales como: sabía que por observancia de la dicha ley de Moisés no se había de comer tocino, conejo, congrio y otros pescados sin escamas o que había comido la carne desebada y purgada de la sangre.
Una vez que los acusados habían sido procesados y sentenciados no con la intención de salvar el alma del acusado sino procurar el bien público y atemorizar al pueblo, se requería que la lectura de las sentencias y las abjuraciones o retractaciones se hicieran públicamente. Es precisamente este el fin del auto de fe: una expresión colectiva de rechazo de la herejía y de sometimiento a la más estricta ortodoxia. Con este fin y a partir del año 1561 se establece que el auto de fe se realizará en domingo o día de fiesta para que pueda acudir la gente de la ciudad y de los alrededores.
Así quedó recogido también en la documentación gallega en las Causas despachadas en el auto público de la fe que se celebró en la Inquisición de Galicia, que reside en la ciudad de Santiago, realizado en la Plaza de la Quintana el 11 de mayo, segundo domingo del año de 1608, donde fueron procesados más de veinte vecinos de Ribadavia. Los reos del tribunal durante el auto de fe tenían que llevar el sambenito -forma abreviada y común del término saco benedicto y que es definido por Covarrubias (1611) como “la insignia de la Santa Inquisición que se echa sobre el pecho y espaldas del penitente reconciliado” no sólo durante el auto de fe sino durante todo el tiempo que durase su sentencia. Finalizado el tiempo de castigo, los sambenitos con los nombres de los reos y los motivos de su condena se colgaban en las iglesias para que quedara perpetuamente constancia del delito cometido. En la catedral del Tui (Pontevedra) se conservan cinco paneles que hacen referencia a 14 condenados entre 1617 y 1621. Todos ellos mencionados como herege judaizante pero con diversas condenas.
En resumen, el Tribunal de la Santa Inquisición fue creado para combatir a los conversos que volvían a sus ritos judaicos, lo que constituía pecado de herejía. Los judíos no podían ser considerados herejes porque nunca habían sido cristianos y, en consecuencia, no se le podía obligar a ser fieles a una fe que nunca habían profesado, quedando así fuera del control de la Inquisición. En cambio, los conversos o cristianos nuevos, sí podían serlo porque habían sido admitidos en el seno de la iglesia católica y por lo tanto, ser procesados y condenados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Aunque las primeras actuaciones en Galicia de este tribunal fueron muy tardías, casi cuarenta años desde la bula fundacional, se documenta su actividad por todo el territorio gallego, especialmente en el sur posiblemente por la proximidad de Portugal -y de la facilidad de paso de un lado a otro de la frontera-, utilizando los mismos tipos de indicios -religiosos y culturales- para procesar a los que consideraban culpables de judaizar.
Ana de Castro admitió en el primero de los procesos a que fue sometida por el Tribunal de la Inquisición que la declaró “hechicera, embustera y adivinadora” y la condenó, el 14 de octubre de 1626, a “salir vestida con hábito de penitente de media aspa, a un auto de fe donde se le lea la sentencia consistente en doscientos azotes y destierro del coto de Armenteira y de Santiago durante seis años”. Así lo cuenta Anxos Sumai en “Meigas: as antigas custodias damenciña popular” (culturagalega.org). Pero las desgracias de Ana de Castro no acabarían ahí. El 6 de diciembre del citado año, Ana de Castro fue obligada a pasearse por las calles de Santiago a lomos de un burro; mientras recorría la ciudad, la azotaron, la insultaron, le escupieron…y, 25 años después, en 1651, el inquisidor Juan Rojo, de visita en Pontevedra, donde en aquella altura residía una Ana que se había casado con un tal Benito de Graña, ordenó reabrir su caso devolviéndola a las temibles cárceles del Tribunal, expropiándole todas sus propiedades, propinándole otros doscientos azotes y obligándola a marcharse de Galicia. Es la última noticia que se tiene de esta mujer nacida en Armenteira (Meis) contra quien declararon veinte vecinos, acusándola de hechos (“tratos con el demonio”), jamás comprobados.
Tal vez en ello tenga mucho que ver el poema que le dedicó Celso Emilio Ferreiro (“Ai, que soliña quedaches/ María Soliña…”) pero la canguesa María Soliño (la literatura feminizó su apellido) es probablemente la “meiga” más mitificada de Galicia, una mujer cuya vicisitud ha sido llevada, recreada y aún diríamos que “inventada” en el teatro y en el cine. También en su fama han repercutido los acontecimientos históricos que rodearon su causa, pues su proceso tuvo como marco la invasión de una flota turca en las costas de O Morrazo y Vigo datada en el año 1617. Paradójicamente, la biógrafa Encarna Otero Cepeda, en el Álbum de Mulleres, reconoce que su caso no aparece reflejado en ningún archivo notarial ni de la Inquisición, y que los escasos datos que se conocen proceden del “Memorial al Rei”, enviado en 1617 por Jerónimo Núñez, procurador de Cangas. Basándose en esa fuente, Encarna Otero escribe que “María Soliña, junto con otras compañeras, fue encarcelada y torturada; sus bienes fueron confiscados por el Santo Oficio y ella condenada por brujería. Pero lo cierto es que nunca fue quemada viva” sino que “la locura, el hambre y la miseria fueron las que acabaron con su vida”. A partir de ahí, todo son especulaciones, unas más contrastadas que otras, si bien ha cundido la idea de que, en realidad, María Soliño debería ocupar en la historia un lugar similar a María Pita, la heroína coruñesa, por el liderazgo que ejerció frente a los piratas turcos. Claro que, si así fuese, ¿quién podría tener interés en acusarla de brujería?
De Cangas era también “A Mangallona”, llamada así por su corpulencia, que hoy en día da nombre a la casa-museo del pintor Camilo Camaño. De ella se ha llegado a afirmar que seguía apareciéndose a los vecinos tras su muerte y que era la líder de los aquelarres que se celebraban, por la misma época en que vivió María Soliño, en la actual parroquia de Coiro, aunque más bien deberíamos ceñirnos a la que verdaderamente era su vocación: curandera. Lo cierto es que, hasta que el mencionado Camaño se decidió a rehabilitar la antigua vivienda de “A Mangallona” , y de esto hace solo unos 30 años, muy pocos osaban tocar el territorio de la meiga-fantasma.
Mayor cantidad de datos probados son los que Anxos Sumai dispone de Lucía Fidalgo, hija de madre soltera y nacida en la aldea lucense de San Martiño de Denlle. Tras el fallecimiento de su madre, Lucía sobrevivió dedicándose, a la vez, a la prostitución y a pedir limosna por las casas. Sería precisamente una persona que le dio limosna, refiere Anxos Sumai, quien denunciaría a Lucía echándole la culpa de haberle “botado o mal de ollo” a ocho crías de cerdo. Ante el juez seglar, asustada, Lucía Fidalgo llegó a decir que su madre, cuando era un bebé, la había vendido al diablo. Salió en libertad bajo la promesa de deshacer el hechizo contra los cerditos y porque, a sus 26 de edad y pobre de solemnidad, hasta el mismísimo, y ya citado inquisidor Juan Rojo, se apiadó de la joven.
Pero, al igual que ocurrió con Ana de Castro, el Santo Oficio no se olvidó de ella: cuatro años después, el 1 de mayo de 1650, ingresa de nuevo en las cárceles del Tribunal en Compostela: “Fue tal la cantidad de desatinos que llegó a confesar -refiere Anxos Sumai- que hasta los propios jueces inquisidores suspendieron la monición, creyendo que estaba sin juicio…porque no decía cosa con cosa”. Y tal que a María Soliño, las torturas volvieron loca a una Lucía Fidalgo que se libró de la ejecución en la hoguera, a la que en principio había sido condenada, por una sentencia consistente en doscientos azotes y destierro.
Quien no se libró de la hoguera fue María Rodrigues, nacida en la localizad portuguesa de Ponte da Lima pero que, tras ser acusada de brujería, en 1577 sería entregada por el arzobispado de Braga al obispado de Tui, desde el cual se la envió para ser juzgada en Santiago, a donde llegó, apunta Anxos Sumai, “mutilada y agotada”. Durante las torturas, consumida por el dolor, María llegó a confesar que no solo conocía al diablo, sino que había mantenido relaciones sexuales con él, que le había entregado su cuerpo y su espíritu, que era su esclava y que era él, o sea, el demonio, quien la trasladaba por el aire de un lugar a otro. Esas “confesiones” propiciaron, en principio, su liberación, pero dos años después, cuando contaba 38 de edad, María sería acusada de reincidente: murió consumida por las llamas en la actual Praza de Cervantes de Santiago el 30 de noviembre de 1579. Elvira Martínez nació en Cangas do Morrazo en 1551. Era hija de Dominga y de Juan Martínez, y cuñada de Juan y María de Bon, todos ellos capturados en las invasiones berberiscas en la costa de Cangas. Fue una de las pocas mujeres condenada a la hoguera, cuando tenía cincuenta años, «por haberse casado con el demonio células de posesión de cuerpo y alma firmadas con su sangre», cuya pena se conmutó.
Por otro lado, tenemos en Tui los únicos sambenitos de la inquisición conservados en toda España. Colgarle el sambenito (o ponerle el Sambenito) a alguien es un modismo que se ha mantenido a través de los siglos. Pero Tui es el único lugar de toda Europa en el que, a día de hoy, se pueden contemplar esos letreros que el tribunal eclesiástico de la Inquisición ordenó colgar en las iglesias (en este caso en la catedral), con el nombre y castigo de los penitenciados y que comparten nombre con la prenda de ropa, capotillo o escapulario con el que se les vestía para leerles su condena. La capital miñota guarda los catorce únicos sambenitos impuestos por la Inquisición. Son la joya principal del Museo Diocesano de Tui que, tras cinco años cerrado, ha reabierto sus puertas durante este verano.
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